Twain
es un señor mayor gracioso, las guías de su bigote imitan la trayectoria del
cometa Halley. Por otra parte, ha hecho felices a millones de niños y adultos
con sus libros. Minucias. Lo importante es quién pinta la valla, ¿verdad, Tom?
Nació en Misuri en 1835, murió en Connecticut
en 1910. Encarna lo mejor de los estadounidenses, por su irreverencia,
libertad, energía. Es un homo novus en un país sin tradiciones. Twain es a la
prosa lo que Walt Whitman a la poesía. Como escribió este “Dentro y fuera de mi
casa me pongo el sombrero como me da la gana”. Recomiendo sus novelas Las
aventuras de Tom Sawyer, Las aventuras
de Huckleberry y El Príncipe y el mendigo. Desaconsejo sus memorias, nada
graciosas, llenas de sus avatares financieros.
En
1867 Twain se apunta a un viaje organizado: “Excursión a Tierra Santa, Egipto,
Crimea, Grecia y lugares de interés intermedios”, zarpando de Nueva York.
¿Normal? Les repito la fecha, 1867; hace dos años de la guerra de Secesión, el
turismo prácticamente no existe, como lo conocemos hoy.
Las
Azores, Gibraltar, España, Francia, Italia, Grecia, Constantinopla, el mar
Negro, Crimea, Asia menor y Oriente Medio hasta Jerusalén; de regreso, Egipto,
el Mediterráneo, Madeira, Bermudas.
El
observador Twain nos hace un relato divertido de la travesía aburrida en el
barco, hasta llegar a las Azores. Aquí, algunos lectores torcemos la sonrisa.
El humor a costa de los portugueses isleños muestra, en algunos momentos, un
complejo de superioridad y una falta de bonhomía muy anglosajones. Disculpamos
al hombre del Mississsippi (Lleva el
nombre del río eses y pes dobles por las olas que llegan de dos en dos a sus
orillas) porque es igual de inclemente con todo el mundo. Esta sensación se
repetirá a lo largo del libro, en otros paisajes con otras gentes. No deja
títere con cabeza. Extrañamente, nos parece buen tipo, al fin y al cabo. El
humor es así; sobre todo, escribir muy bien produce ese efecto. Enhorabuena,
Dos brazas de profundidad.
Nos reímos con él de nuestra queridas antigüedades europeas y de las peripecias en
Tierra Santa, donde saca de su magín las reflexiones más interesantes del libro.
Hay que saber que la mayoría del pasaje excursionista es devota, protestante;
ve el Antiguo Testamento y la grandiosidad de sus lugares y hechos donde Twain
ve polvo, miseria, fealdad y sudor.
He
de decir que el libro se hace largo, como tantos viajes que uno comienza con
ilusión. Merece la pena leerlo, de todos modos. Edita bien Ediciones del
viento. Leo la séptima edición, de junio de 2020, 622 páginas.
Luis
Miguel Sotillo Castro.
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