Madrileño
de 1926, Fernández Santos es autor de la célebre en su día, no sé hoy,
“Extramuros”, de ambiente conventual femenino. Tiene versión cinematográfica. Con
Garci en la producción, la dirigió Miguel Picazo; las actuaciones de Mercedes
Sampietro y Carmen Maura fueron muy elogiadas. Me gusta más su novela “El hombre de los santos”. Murió en 1988.
En “Laberintos” un grupo de amigos se
encuentra en Segovia para pasar la Semana Santa, 1960, más o menos. Son
pintores y escritores, en distinto grado de “consagración”, desde los que ya
han participado en exposiciones hasta los que tienen lo mayor de su obra en el
pensamiento. El arte como mercado y modo de vida. La mirada sobre los
personajes no es nada amable. Serían como barriobajeros barojianos en “La
busca”, si no fuera porque no pasan necesidad, son clase media, hijos de los
vencedores de la guerra. Hablan más de influencias y dinero que la esencia del arte.
Son diletantes con tendencia al cotilleo, para más inri. El mejor personaje es
una mujer entre varones, pintora desubicada, tan alejada de realizar sus sueños
como de la felicidad conyugal con Pedro, su marido.
Estamos en una España en la que uno quiere
telefonear de Segovia a Madrid, poner una conferencia se decía, y le informan:
“Tiene hora y media de demora”. Una Segovia, ciudad turística, visitada por
extranjeros incluso, en la que cierto bar es “el de la televisión”, artefacto
novedoso. Ya no es la España de la represión feroz de los cuarenta. El
aburrimiento, la grisura ambiental,
duele más a nuestros personajes que la falta de libertad política.
Quiero recordar, ya que no suele decirlo el antifranquismo de hoy, básicamente lanzadas
a moro muerto, que Franco murió en la cama sin tener más opositores fuertes que
el PCE y la banda de asesinos ETA. Los protagonistas de esta novela son
característicos de su tiempo. Gente que no se mete en líos, conformista; buscadores de confort y alegría en una
sociedad triste pero, para ellos, tranquila.
Leo la edición de Argos Vergara de 1980, el
copyright de Santos es de 1964 y 1980, por lo que revisó la novela en
democracia. 180 páginas más tristes que amenas, bien escritas.
Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.
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