martes, 15 de octubre de 2019

EMMA . Jane Austen


Siempre me ha parecido Inglaterra muy pequeña para tanta finca con mansión. También me asombra la devoción de innumerables  lectores por una sociedad clasista, prejuiciosa, milimétrica en sus costumbres invariables, más tiesa que las estatuas de sus jardines, como es la inglesa del siglo XIX.
Una cosa es la literatura y otra la vida, se me objetará; se pueden disfrutar las andanzas de terratenientes ociosos con servidumbre devota al tiempo que se es “avanzado”. Cierto, a medias. Cuando Austen, las Brontë, Collins, etc, me convencen de que sus personajes viven y no sólo aparentan, me gustan. Si se rompe el espejo en que se contemplan continuamente y siguen ahí después, sobre los pedazos, agradezco la lectura. No es el caso de Emma.

 Conozco de memoria los paisajes de esta novela, sus tipos humanos, con sus inquietudes repetidas, aspiraciones circulares y leves como sus paseos campestres. Lo mejor, la ironía que envuelve la listeza de Emma, equivocándose siempre; algún personaje simpático por simple y tozudo, como su padre. Lo peor, paso páginas y pienso: esto lo he leído veinte veces, Jane.
De Austen, inglesa que vivió entre 1775 y 1817, me gustaron más, ocurrían cosas, “Mansfield  Park” y “la abadía de Northanger”.

Luis Miguel Sotillo Castro

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