No me da vergüenza
confesarlo: le tenía una fobia desmedida al señor Auster.
En parte por ser un autor
tan mediático, en parte por ese aura de profeta de la “gauche divine” que dicen
los franceses, de autoridad moral en el compromiso social norteamericano.
Pero como para opinar con
fundamento hay que probar, dejé a un lado mis recelos y me decanté por esta
joyita que me aseguraron amena y de fácil lectura, bastante alejada de sus
tótems como Trilogía de Nueva York.
He de decir que me ha
sorprendido y encantado su capacidad para construir personajes estrambóticos
(muy neoyorkinos), antihéroes y perdedores con más empaque que John Wayne; su
habilidad para convertir lo estrafalario en rutinario, lo anecdótico en
cotidiano. Y sobre todo, lo que más me ha gustado es su facilidad para la
fabulación. Con ello me refiero a la destreza para encadenar una historia con
otra, como si se trataran de matrioskas rusas, de forma que cada personaje que
aparece en escena aporta tal bagaje que desestabiliza y enreda el hilo
argumental, lo cual es fascinante y entretenidísimo para todo lector que ame
que le cuenten cuentos (y yo me encuentro entre ellos).
Sólo le encuentro un pero
y es el remate de las distintas historias. Lo que iba camino de ser una novela
crítica, de escépticos supervivientes que sueñan con el “Hotel Existencia”
(¡qué hallazgo literario!) vira hacia un romanticismo políticamente correcto,
hacia el positivismo de la tragedia, privándola así del regusto ácido que la
hubiera situado en otro nivel.
Aun así, no dejen de
sumergirse en la escritura-río de Auster, donde la acción fluye como un
torrente, con meandros vivaces de conversaciones que tocan todos los palos,
desde la literatura hasta la política, pasando por el desamor, en una estupenda
traducción (algo que se agradece y revaloriza la narración).
Auster escribe con
entusiasmo compulsivo y ello se contagia al lector, convirtiendo la lectura en
un momento de placer.
Absolutamente
recomendable. Me uno desde ya al club de admiradores de este autor.
Sybilalibros