Este es un relato singular, no tanto en contenido, eterno desde que Austen configurara la sociedad inglesa, pero sí en la forma en la que está escrito, porque sus referencias reclaman un extra de cultura y porque su composición en forma de monólogo interior exige del lector una atención esmerada.
Ambientada en uno de los períodos más sofisticados, divertidos y atrevidos de Europa como es la Belle Époque, lo que confiere a la narración un “charme” especial, “A toda vela” nos cuenta la historia de Lydia Clame, una “Walter Mitty austeniana” que vive en un mundo paralelo donde sus sueños amorosos se cumplen según su ideal y, para su desesperación, sus pesadillas de burguesita hipócrita también. Lydia vive con dos amigas solteras, es económicamente independiente gracias a la pensión que le legaron sus difuntos padres aunque insuficiente para sus aspiraciones, y aparenta ser una chica moderna que no necesita a los hombres aunque, en el fondo, lo que anhela es un marido solvente y de buen nombre. El destino le gastará una broma malvada y la hará enamorarse de alguien más joven que ella, vanidoso e insolente que picotea entre señoras mayores bien situadas.
Kitchin es un autor minoritario, habitual de ese círculo mágico situado en Bloomsbury fructífero en genios. Mundano, abiertamente homosexual, ejerció todas las profesiones y ninguna, lo que le proporcionó un bagaje social y cultural ideal para verterlo en novelas cortas (como esta) que son puro divertimento para mostrar su chispeante ingenio y erudición, aparte de la enésima prueba de la capacidad de los británicos para ironizar sobre sus más acendradas costumbres y a la par elevarlas a la canonización literaria de modo que permanezcan en el imaginario de todos los lectores que frecuentan su literatura.
Con una prosa elegantísima, un humor refinadísimo difícil de pillar si no se es habitual del género, Kitchin juega con su pluma a hacerse el interesante con frases lanzadas al azar como dados sobre el tapete complicadas de entender, mientras su puntuación se marca un charleston alocado que puede estresar al lector más templado.
Tampoco la traducción ayuda mucho: se echan en falta más notas a pie de página, sobre todo de la cantidad de citas de las que hace alarde el autor, interesantísimas, y que ayudarían al que lo lee a extraer todo el jugo a un relato único.
Si bien me dejó un poco descolocada al principio, he de confesar que me ha gustado, por su cosmopolitismo, su “joie de vivre”, su ambientación en los locos años 20, por su distinción y originalidad, sello de Periférica. La recomiendo para quien disfrute de una vasta cultura y de una mente lectora flexible.
Sybilalibros