Cuando eres joven, lees cosas que quieres vivir, sobre personajes que deseas ser, te las crees. De mayor comparas. Has vivido eso que lees, has sido como ese personaje. Juzgas, de paso que a ti mismo, el libro, por su verosimilitud.
Escribe
Luis Landero en el epílogo admirativo que la novela trata de la amistad y la
felicidad. Habla de cosas de veinticinco años atrás, lo que hace inevitable la
melancolía, pero con ironía y cierto misterio que nos interesa, sin agobiarnos
ni perdernos, no es un truco de novela moderna.
Es
la historia de dos amigos, su conocimiento, encuentros y desencuentros. Los
años sesenta y setenta, con aquella energía exploradora y rompedora, con y
contra uno mismo y el mundo. 1968, ese año en el que no caben todos los que
dicen haber estado.
En
estas menos de cien páginas muy bien escritas, encuentro ecos de Hermann Hesse,
ecos como de cosa ya leída también, pero sucede que tengo sesenta años y fui
joven alborotado, como los del libro. Lo recomiendo en cualquier caso, tenga
usted la edad lectora que tenga.
Tusquets
Editores, leo la cuarta edición de junio de 2016.