Mucho ha corrido la novela en el siglo veinte, escapando de los antiguos; unas veces certera como flecha de Guillermo Tell, otras como pollo sin cabeza, con verdadero asco por los predecesores recientes. Galdós, garbancero; doña Emilia, naturalista ¡Se ha creído que es Zola!
El
paso del tiempo compone y fija el paisaje libresco. Hace que, de las miríadas
de letras que nos nievan constantemente, unas se deshagan como copos al sol y
otras se consoliden en neveros. Hoy podemos decir que Valle Inclán es una
maravilla, también Ramón, Silverio
Lanza… cualquier innovador que quieran
ustedes. Pero, como decía el teclista de Uriah Heep, contemporáneo de Deep Purple
y Led Zeppelin, cuando le preguntaban por las bandas nuevas: Los grandes
todavía estamos aquí.
Yo
soy ecléctico y ordenaré mis libros cuando quepan en casa. No peleará Rimbaud
contra Garcilaso, ni Lautremont con Lope
enamorado. Todos caben. Entre todos, don Benito tiene un lugar especial. Sin duda, las mejores
novelas históricas de siempre, son los Episodios nacionales, la primera serie
especialmente. Tiene no menos de diez novelas más excelentes. Hemos olvidado la
obra teatral de Galdós, pero en una ocasión, tras un estreno suyo, fue llevado
a hombros hasta su casa; como les pasaba
a los grandes toreros, a los que despreciaba.
Es un elogio recurrente en la crítica
literaria alabar a quien convierte lo local en universal. Empiezas a leer El doctor Centeno, ese muchacho tirado en un
descampado madrileño de 1883, y sabes que el frío, el desmayo de las ilusiones,
el hambre de todos los desprotegidos del mundo, están aquí. El garbancero ha
vuelto a hacerlo. Con su penetración psicológica, su amor por los débiles, sus
retratos inmisericordes de los fríos egoístas; su conocimiento de Madrid y de
que los madrileños son seres humanos como los de Gary, Indiana y Madrás, India.
Los
palos a la clerecía buscavidas, menos espiritual que una beata por el qué
dirán, la crítica al “la letra con sangre entra”, al convencionalismo
excluyente, son rotundos y creíbles por
no insultantes. Don Benito no necesita insultar, pues domina el idioma.
Tras
esta novela conviene leer, en este orden, Tormento y La de Bringas.
Luis Miguel Sotillo Castro.
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