Gratamente sorprendida con este autor, amigo de Zweig, con el que comparte
fe judía, cultura cosmopolita vienesa y amistad con Freud.
Menos elegante y sensible en su prosa que Zweig,
pero igualmente sugerente gracias a la maestría a la hora de profundizar en los
aspectos psicológicos de los personajes, dada su condición de médico. Destacan particularmente
en esta novelita el reflejo de la desesperanza, la fragilidad del hombre ante
las jugarretas del destino, los impulsos irreflexivos y sus consecuencias.
El argumento nos
lo brinda Acantilado:
Una mañana,
el alférez Wilhelm Kasda recibe la visita de un amigo, un ex teniente separado
tiempo atrás del servicio por una historia de juego. Desde entonces, acuciado
por problemas familiares y cajero de empresa, ha ido sustrayendo pequeñas
cantidades de dinero que, poco a poco, han llegado a alcanzar la considerable
suma de mil florines. En el momento en que empieza la novela, el ex teniente se
encuentra en una situación difícil a causa de una inminente inspección de
contabilidad que pondrá al descubierto su desfalco, por lo que solicita la
ayuda de su amigo. Ante la imposibilidad de complacerle, el alférez decide
jugar casi toda su fortuna a las cartas. Gana. Pero una inesperada jugarreta
del destino—un encuentro fortuito, la pérdida del tren de vuelta… —lo hace
sentarse de nuevo a la mesa de juego, que esta vez le depara un trágico
desenlace no exento de insospechados concurrentes.
No es su mejor relato, según he leído. Además el tema del juego y sus consecuencias no me atrae mucho. Diría que es la otra cara de la moneda, la visión masculina de la extraordinaria “24 horas en la vida de una mujer” de Zweig. Aun así, lo recomiendo por su calidad literaria, por compartir estilo con otro grande como Marài y por ser uno de los mejores cronistas de la sociedad vienesa de principios del s.XX.
Sybilalibros@YoLibro