viernes, 21 de diciembre de 2018

LA CALLE DE VALVERDE. Max Aub

Encuentras  la calle en el mapa, en el ordenador. Te alejas con un toque y ves el barrio, pulsas de nuevo, ves la ciudad, clic, el país.
 Así ocurre con esta novela. Desde la calle de Valverde conocemos el centro de la ciudad, todo Madrid, España hasta cierto punto, viendo a sus vecinos pasar desde este balcón novelero. Años 1926 y 1927. La Gran Vía recién hecha, cuantas casas hubo que derribar; la gente pregunta a los que pasan si les gusta el rascacielos nuevo de la Telefónica. La monarquía es vieja, Primo de Rivera un dictador paternal, piensa él; no están de acuerdo los desterrados ni los que padecen la censura.
 Gente variopinta desfila por este plano secuencia de Berlanga, mostrada con humor discreto e ingenio. Las personas humildes de la portería y las que viven en el principal, el tipógrafo socialista y el vendedor de antigüedades, la ex puta gruesa y la beata flaca, el periodista y el policía de la Dirección General de Seguridad. Tertulianos de zaguán, botica, librería, café o tasca. El madrileño común, que no tiene que ser nacido en Madrid, habla como respira, sin parar y de todo.
 Aub escribe muy bien. Tengo buen recuerdo de otra novela suya, “Las buenas intenciones”. En ella, hablan dos personajes de lo mal que está la cosa política, de si habrá guerra. Hombre, no, ¿guerra? Imposible, ¡en pleno siglo XX! Los pobres charlaban en Madrid,  a mediados de julio de 1936.
 He de decir que en un momento dado, tres cuartos de novela llevaba, dudé, me pregunté si no serían demasiados personajes. A continuación avancé y pronto llegué a un final satisfactorio. Libro recomendable pues, para aficionados al costumbrismo y a la novela histórica incluso; sale citado mucho personaje político de la época, que será esencial en la próxima y desgraciada república, ningún héroe.
Leo una edición correcta de 2003, de una colección clásicos del siglo XX sacada por EL PAIS. 428 páginas. La primera edición salió en Méjico, en 1961.
 Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

EL LEOPARDO. Jo Nesbø

Octava entrega, año 2009, de la serie negra protagonizada por Harry Hole, policía noruego. Tengo un imán en mi nevera que promociona estas novelas, con la frase significativa “Los policías competentes son feos”. Desde Hammett, la sociedad es fea, porque la corrupción y las bajas pasiones mantienen secuestradas, esposadas, las buenas intenciones; pagamos rescate por el amor, la justicia y perdemos.
 La literatura policíaca fue impactante en sus inicios, cuando nos descubrió que muchos jueces, políticos, guardias, comparten nivel moral con gángsters y criminales por cuenta propia. El problema, hoy, es que nadie cree en la bondad de las instituciones, por lo que no basta desvelar la malignidad, la hipocresía social,  para conmocionar al lector; nadie empieza un libro esperando un combate entre el bien y el mal, claramente definidos. ¿Qué hace el autor moderno del género, entonces, para impresionar? Utiliza el sadismo, la violencia explícita, detallada hasta la náusea; consigue  que sea vomitivo, en ocasiones, el héroe detective incluso.
 Harry Hole, de Oslo, nacido en 1965, es alto, feo, alcohólico y drogadicto, valga la redundancia. Impopular entre sus compañeros y jefes como un Serpico, goza de la fidelidad de un puñado de personajes atractivos, dentro y fuera de la policía. Más allá de su honradez  sui géneris, nos lo hace atractivo definitivamente que sufre por amor. Tiene cosas en común con otro Harry, el angelino Bosch de Michael Connelly; al fin y al cabo, es literatura de género.
 La peripecia de esta novela, busca y captura de asesino múltiple, sucede en el Congo y Hong Hong, además de Oslo y la montaña noruega. El infierno humano no tiene sede fija, se mueve con nosotros.
 La única pega, no menor, es la extensión. Con todo lo que hay que leer, ¿es aconsejable un policíaco de 690 páginas? Yo lo he disfrutado, leeré el siguiente, como leí los anteriores.
 Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.

viernes, 30 de noviembre de 2018

MIRKHEIM. Poul Anderson



Novela con batallas espaciales, naves volando y disparando entre estrellas y  planetas. Me apetecía. Es de 1977, sabor antiguo de la ciencia ficción anterior a la revolución informática de finales del siglo XX. Como  en 2001 o en Alien, aquí tenemos una computadora inteligente, parlanchina, capaz de gobernar un navío estelar. El nombre que elige Anderson para este súper cerebro es  Atontado, curiosa y significativamente.

Es una novela de guerra, con sus motivos comerciales ypolíticos. Humanos contra otros humanos en alianza con extraterrestres.  Hay un buen muestrario de estos últimos, sin abusar. Uno de ellos recuerda al “mapache” que aparece en la peli “Guardianes de la galaxia”. 

Leemos: “…ese enorme porcentaje de humanidad que, en realidad, nunca había querido ser libre. La mayoría de esta gente anhelaba la seguridad que los candidatos políticos le prometían. Una minoría más activa deseaba solidarizarse con alguna causa excitante y pensaba que todos los demás debían desear lo mismo.”  
Leemos: “No podemos volver a casa y encontrar lo que dejamos atrás en nuestra juventud, quizá esté aún allí, pero nosotros no somos los mismos, ni nosotros ni el resto del cosmos.” 

Algo más sobre Poul Anderson, nacido en Pensilvania. El tema del tiempo, cómo pasa y nos destruye; jugar con él, combatirlo, es muy querido parél. Lo demuestra en “La nave de un millón de años” y en “La patrulla del espacio”. De la primera diré que me gustó mucho, aunque las pocas críticas que leo sobre ella son negativas en general. Decir que la idea central de “La patrulla del tiempo” es copiada, no sé si con pago de derechos, por una serie famosa de la televisión pública española. 
Leo la edición de EDAF de 1980, 313 páginas.
Luis Miguel Sotillo Castro

domingo, 25 de noviembre de 2018

LA SOLITARIA PASIÓN DE JUDITH HEARNE. Brian Moore.


Tristeza, soledad infinita, sueños rotos, locura, alcohol, religión: Un tranvía llamado deseo en Belfast podría titularse esta maravillosa novela en la que Moore describe prodigiosamente la tortura de un alma solitaria, sus interiores y recovecos, la pugna interna contra los prejuicios adquiridos que minan su ser.

“La solitaria pasión de Judith Hearne” es la historia de una de las marginaciones más dolorosa y a la par más inspiradora para la literatura como es la de la solterona: estigmatizadas por la sociedad por no darle hijos, culpables de que haya hombres solos, monjas sin anillo al cuidado de familiares enfermos que les pagan su vocación muriéndose en la ruina, la solterona se convierte en una carga para la familia y sus escasas relaciones.

En un sombrío y encogido Belfast de posguerra, Judith Hearne, fea y en esa edad indeterminada en la que la mujer si no es oronda matrona es escuálida mística, pobre pero respetable, fiel cumplidora de unos preceptos católicos que no la consuelan y una carga lastimosa para sus únicos amigos que la sufren cada té de domingo, intenta sobrevivir a su destino en casas de huéspedes de paredes alcahuetas donde sueña, entre suspiros ahogados en la botella de whisky, con el brillante caballero que la rescate del dragón de la soltería.

Cuando menos se lo espera, su Dios amenazador se apiada de ella y trae a su pensión a un expansivo comerciante norteamericano sin pensar que su aparición desatará las más bajas pasiones entre los moradores de esa cueva de leprosos del amor.

Extraordinaria tanto en el sentido literario como el humano, “La solitaria pasión de Judith Hearne”, que podría haber sido una cargante novela de dramas desmandados, es una obra magistral gracias a la pluma fina, inteligente y elegante de B. Moore que trata a su protagonista con exquisita dulzura, incluso con toques de humor, pero sin ahorrarnos la vileza de su adicción a la par que  nos muestra  los perfiles de los restantes personajes en pequeños pero definitorios gestos, componiendo un cuadro del que es difícil apartar la mirada.

Leyendo libros como este, una entiende por qué B. Moore es considerado un maestro de las letras británicas, genio que hizo extensivo a los guiones cinematográficos como el de “Cortina rasgada”  rodado por Hitchcock al emigrar a los EEUU y es admirado por otro maestro como Graham Greene.

Más que recomendable, lectura obligada. Máxime cuando la edición de Impedimenta y la traducción de Amelia Pérez de Villar son impecables.

NOTA CINÉFILA: Existe película de 1987 protagonizada por los inmensos Maggie Smith y Bob Hoskins, pero desgraciadamente no he tenido ocasión de verla, así que no puedo dar opinión. Pero me da el pálpito que a pesar de contar con tan buenos actores, difícilmente habrán conseguido plasmar el hálito que se respira en las páginas de Moore.



Sybila @YoLibro

jueves, 22 de noviembre de 2018

LOS CRISTALES SOÑADORES. Theodore Sturgeon


Contemporáneo de los célebres Asimov, Clarke y Bradbury (Homenajea al tercero en este libro, citando sus crónicas marcianas) Sturgeon es un autor notable, aunque agazapado en las estanterías, entre el lomo duro de los libros abundantes de los grandes. Un tipo que dijo: El 90% de la ciencia ficción es basura, pero el 90% de todo es basura. Recomiendo, además de esta, sus novelas Más que humano y Venus Plus X.

En Los cristales soñadores las peripecias son originales, los personajes están tratados sutilmente. Por ejemplo, hay uno que tiene memoria eidética, mas no es muy inteligente. Novela sobre el amor, el odio, sus poderes. Vemos monstruos circenses entre Freaks, la película de 1932 y BladeRunner, de 1982; la novela es de 1950. 

La existencia de los cristales misteriosos, tal vez extraterrestres, no importa tanto. Sí que nos hace pensar sobre la humanidad y la marginalidad; hasta que punto somos irrepetibles y relevantes. Qué es un ser humano, quién lo es, cuanto importa.
Se lee rápido, 206 páginas. Leo la edición de bolsillo, 2004,  de la imprescindible editorial Minotauro.

Luis Miguel Sotillo Castro 

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