Octava entrega, año 2009, de la serie negra protagonizada por Harry Hole, policía noruego. Tengo un imán en mi nevera que promociona estas novelas, con la frase significativa “Los policías competentes son feos”. Desde Hammett, la sociedad es fea, porque la corrupción y las bajas pasiones mantienen secuestradas, esposadas, las buenas intenciones; pagamos rescate por el amor, la justicia y perdemos.
La literatura policíaca fue impactante en sus inicios, cuando nos descubrió que muchos jueces, políticos, guardias, comparten nivel moral con gángsters y criminales por cuenta propia. El problema, hoy, es que nadie cree en la bondad de las instituciones, por lo que no basta desvelar la malignidad, la hipocresía social, para conmocionar al lector; nadie empieza un libro esperando un combate entre el bien y el mal, claramente definidos. ¿Qué hace el autor moderno del género, entonces, para impresionar? Utiliza el sadismo, la violencia explícita, detallada hasta la náusea; consigue que sea vomitivo, en ocasiones, el héroe detective incluso.
Harry Hole, de Oslo, nacido en 1965, es alto, feo, alcohólico y drogadicto, valga la redundancia. Impopular entre sus compañeros y jefes como un Serpico, goza de la fidelidad de un puñado de personajes atractivos, dentro y fuera de la policía. Más allá de su honradez sui géneris, nos lo hace atractivo definitivamente que sufre por amor. Tiene cosas en común con otro Harry, el angelino Bosch de Michael Connelly; al fin y al cabo, es literatura de género.
La peripecia de esta novela, busca y captura de asesino múltiple, sucede en el Congo y Hong Hong, además de Oslo y la montaña noruega. El infierno humano no tiene sede fija, se mueve con nosotros.
La única pega, no menor, es la extensión. Con todo lo que hay que leer, ¿es aconsejable un policíaco de 690 páginas? Yo lo he disfrutado, leeré el siguiente, como leí los anteriores.
Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.
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