sábado, 17 de noviembre de 2018

BALZAC Y LA JOVEN COSTURERA CHINA. Dai Sijie


Pues una entretenida fábula con trasfondo de denuncia maoísta que se lee de un tirón gracias a la ternura de sus protagonistas. 

La novela cuenta la historia de dos adolescentes chinos, hijos de padres proscritos por el régimen comunista chino, que son enviados a una aldea tibetana de bárbaras costumbres  dentro de los famosos programas de re-educación comunistas. Allí, lo único que les alivia del trabajo extenuante y del trato inhumano es su habilidad para contar a los lugareños las películas que se proyectan en el pueblo principal pero que no llegan a ese lugar inhóspito. Pues, por orden del alcalde, nuestros protagonistas viajan cada semana con la misión de ver infames películas chinas que luego convierten en historias emocionantes para sus carceleros. En el camino entre pueblos se encontrarán con personajes curiosos y hallarán el amor en la dulce hija del sastre.

Para rizar la historia, tropezarán en el centro de internamiento con una misteriosa maleta repleta de libros franceses prohibidos propiedad de Cuatrojos, otro represaliado, que leerán a escondidas a cambio de ciertos favores.

Novelita de gran repercusión mundial  a pesar de que estilísticamente es bastante plana y ñoña, se hace atractiva gracias las referencias literarias a Balzac y otros autores franceses en el papel de educadores al margen de la uniformidad doctrinaria maoísta o a la recreación de relatos orales procedentes de la milenaria tradición china. Pero, sobre todo, te engancha el despertar a la vida del trío protagonista en un tono tan delicado y bucólico que contrasta violentamente con las atrocidades del campo de reeducación.

Lectura amable, rápida, para una tarde lluviosa o una noche de insomnio, que ha conocido versión cinematográfica de la que no puedo dar cuenta porque no he tenido oportunidad de verla.

Sybila @YoLibro


martes, 13 de noviembre de 2018

ADRIANO. Anthony Richard Birley


Aclaro que este es un trabajo de Historia riguroso. Hay libros titulados con el nombre de un personaje célebre que tienen mucho peligro: luz roja si se nombran “Yo, Fulano”, o “Yo, el…”
La excepción estupenda es “Yo, Claudio” de Robert Graves.

Birley es un historiador británico. Me decidí a leer este libro porque el autor se declara discípulo de R. Syme, cuya “La revolución romana” me encantó y porque de Birley leí ya con alegría su vida de Septimio Severo.

El problema con Adriano es la escasez de fuentes literarias, y estas, interdependientes entre sí. Son la Historia Augusta, Dión Casio, Mario Máximo, Arriano y poco más. Por suerte, Birley sabe sacar provecho también de la arquitectura, la epigrafía, las monedas de la época. Con todo ello, nos ofrece un retrato posible del emperador helenista, sin inventar (leí “Memorias de Adriano” de Yourcenar a principios de los ochenta. Avanzados los noventa, como es libro de buena fama permanente y apenas lo recordaba, lo releí. Hoy en día he vuelto a olvidarlo y ya no insistiré).

 Adriano es un personaje contradictorio. Pondré sólo un ejemplo, para más, lean este libro. La primera decisión de relevancia que toma  al llegar al poder es renunciar a las conquistas militares recientes de Trajano, su padre adoptivo. Cierto es que no era fácil consolidarlas, pero se negó a intentarlo. Las legiones recularon, volvieron por los caminos que habían abierto. Adriano fijó fronteras, renunció a la expansión imperial romana. Se le considera hombre de paz. Pero, y vamos a las contradicciones, no le tembló el pulso para casi aniquilar a los judíos cuando se rebelaron entre el 132 y 135 d.C, en buena medida, por la impericia política de Adriano. Hombre de paz, pero inició su mandato con el asesinato de cuatro senadores, lo acabó con más crímenes y fue enterrado sin ser llorado.

Como siempre que me gusta un libro, me extendería comentando otros aspectos. Mejor callo y lean. Aunque no me resisto a copiar un párrafo de la última página. Es una observación sagaz y graciosa de Sinesio de Cirene a comienzos del siglo V aplicable al alejamiento de los emperadores respecto de la gente corriente y, conviene decir aquí, que Adriano intentó ser accesible:
“Respecto al emperador y sus amistades y en lo referente a la danza de la fortuna, ciertos nombres salen disparados como llamas hasta una gran altura de gloria, para apagarse luego. Pero son cosas sobre las que el silencio es aquí absoluto; nuestros oídos no han tenido que sufrir ese tipo de noticias. Quizá la gente sepa –porque los recaudadores de impuestos nos lo recuerdan cada año- que todavía existe un emperador. Pero no está tan claro quién es. De hecho, algunos pensamos que el trono sigue aún ocupado por Agamenón.”
 Leo la primera edición de Península, 1 de noviembre de 2003; la original inglesa es de 1997. Fotos y mapas pertinentes. Las notas y la bibliografía demuestran el rigor del trabajo. 479 páginas.

Luis Miguel Sotillo Castro @sotillocastro en Twitter


lunes, 12 de noviembre de 2018

LA TERNURA DE LOS LOBOS. Stef Penney

Gratamente sorprendida por este relato.
Cuando muchas voces me la recomendaban no esperaba encontrarme con una novela de aventuras de corte clásico en pleno s. XXI, algo que echaba de menos desde mis lecturas juveniles y que siempre se agradece.

Ambientada en los profundos bosques del norte canadiense donde conviven diferentes lenguas y gente de toda procedencia, cuenta la historia de una persecución implacable, la del desconocido asesino de un trampero independiente, aunque todas las sospechas recaen en un joven amigo del mismo por haber desaparecido sin dejar rastro el día del asesinato. Convencida de la inocencia de su hijo huido, y ante la inoperancia de los representantes de la ley local, la señora Ross, una mujer decidida y al margen de los prejuicios sociales, verdadera protagonista del relato, se lanza en su búsqueda acompañada por un taciturno pero experto rastreador. A ellos se unirá más tarde el representante comercial de la todopoderosa Compañía que monopoliza el comercio de las pieles canadienses, supuesta depositaria de la ley en la zona pero con oscuros intereses en el hallazgo del asesino.

Con este punto de partida, Penney realiza una sugerente mezcla que cuenta como ingredientes con el canto a la naturaleza salvaje de los bosques de Jack London, la defensa de la libertad e independencia del Jeremiah Johnson de S. Polack y un punto de alegato del acervo indio de El último mohicano.

Bien escrita y bien planteada, la novela se complica con varias subtramas con las que la autora intenta mostrar la riqueza cultural y racial de su Canadá natal: la gran comunidad escocesa que mantiene las costumbres y religión de su metrópoli; los nómadas tramperos franceses; la mercantilista y prepotente Compañía inglesa; la cerrada y beatífica comunidad luterana de noruegos; los presidiarios del viejo continente que cumplían sus penas en desolado norte canadiense; los inquietos norteamericanos que cruzan la frontera según sus intereses y los indios nativos luchando por mantener su identidad frente a la avasalladora aculturación.

¿Qué ocurre? Que quien mucho abarca, poco aprieta. Y lo que era una novela con un horizonte claro, con personajes humanos e imprevisibles, se le va de las manos en el último tercio, resbalando peligrosamente hacia el folletín (en mi modesta opinión), lo que empaña el buen regusto que estaba dejando en el lector.
A pesar de ello, la recomiendo porque es muy entretenida y evocadora: tiene la autora una gran capacidad para trasportar al que la lee hacia aquellos inhóspitos bosques, viajar con la aguerrida partida de búsqueda y abrigarse de más porque la nieve salta de las páginas al sofá. Por cierto, los lobos apenas asoman.

ADENDA: Me gustaría destacar la foto utilizada en la portada del libro, un famoso cuadro titulado The sword proveniente de un museo canadiense. Desconozco si es la misma de la edición original. Si no es así, enhorabuena a Salamandra por hallar la ilustración perfecta para representar a la sra. Ross. Es tal cual se la describe en el libro.

Sybila

jueves, 8 de noviembre de 2018

LA NOVENA HORA. Alice McDermott


Tocando a vísperas y apresurándome con pasos silenciosos para hablaros de la última obra de McDermott, una escritora extraordinaria, multipremiada, que conocí gracias a su deliciosa novela “Alguien”, donde pude apreciar su talento para construir personajes, dejarlos crecer libres, hacer que empaticen rápidamente con el lector, abocarlos a situaciones que exigen grandes decisiones morales pero siempre sin enjuiciarlas.

En “La novena hora” seguimos encontrando ese buen hacer de actores del papel y el mismo y siempre paradigmático Brooklyn, un distrito al que la mayoría de los escritores neoyorkinos ha elevado a la categoría de género literario, como quintaesencia de lo norteamericano por oposición al Profundo Sur o el Medio Oeste pionero: vivo, bullicioso, multirracial, pletórico de familias pobres hacinadas en minúsculas viviendas, de callejones grises y de chiquillos que se educan en las aceras.

Sin embargo, en esta ocasión, McDermott prefiere aislarse del ruido y centrar su novela en el convento de las Hermanitas de los pobres que peregrinan silenciosas por un Brooklyn de preguerra, casi sin rozar a la gente a pesar de sus voluminosas tocas, para curar, confortar, amortajar, alimentar o dar trabajo en la lavandería del convento a la joven viuda de un suicida, Annie, nuestra protagonista, sin preguntar.
“La novena hora” es la historia contada a los nietos de Annie, de su hija Sally, prototipo de “niña de convento”, criada y consentida por las monjas en la que se despierta una pronta vocación; de la bonachona hermana Illuminata que lava y plancha con igual mimo para las monjas que para un desahuciado; de la atípica, contradictoria y jovial hermana Lucy; de la amargada y tullida esposa del lechero; de la numerosa familia del bajo amiga de Annie que pone el color y la alegría a un barrio donde al sol le cuesta salir, del pelirrojo que fue a la guerra y se quedó en el ático de prestado…tantos personajes como curvas tiene el alma humana.

Se trata de un libro profundamente humano, repleto de sentimientos que no de sentimentalismo, que se introduce en las venas de Brooklyn para hacer una transfusión al lector, dolorosa a veces, beatífica otras, que se siente de esta forma invadido por un abrazo de palabras.

¿Qué me incomoda en tan bonito relato? El exceso retórico, la repetición sin escrúpulos de metáforas afortunadas, la costumbrista pero morosa descripción del trabajo en la lavandería que se prolonga hasta casi la mitad del libro. Agotamiento de las formas. Esa la expresión que me viene a la cabeza para definir parte de la novela.
Peccata minuta para una autora que conmueve cada vez que escribe, creando un imaginario de personajes emotivos, sencillos pero tan grandes como la Gran Manzana que habitan.

Muy recomendable para los que buscan otra manera de contar historias.

ADENDA: No puedo dejar de comentar la desafortunada traducción de determinados párrafos que desmerecen la calidad literaria de la autora y el trabajo editorial de Asteroide. Tras consulta con la RAE, he trasmitido a la editorial los fallos. Espero que rectifiquen.

Sybila

miércoles, 7 de noviembre de 2018

UNA PUERTA QUE NUNCA ENCONTRÉ. Thomas Wolfe

A Thomas Wolfe no se le reseña, se le lee con entrega y devoción, para conseguir ese delicioso arrebato místico que producen sus palabras encadenadas a los sentidos, el recuerdo, el Tiempo, el Río o la Luz:

 " Y los poderosos vientos barren y aúllan por toda la tierra: rugen a lo lejos entre grandes árboles. Y los chicos se agitan extasiados en sus camas, pensando en demonios y en descomunales remolinos de ese viento. Y toda la noche se escucha la nítida e inclemente lluvia de bellotas y castañas, que no dejan de caer en medio del silencio viviente y los remotos y escarchados ladridos de los perros, en medio de la torpe y menuda agitación de plumas en los corrales encalados, mientras resplandece la voluminosa y baja luna de otoño, ora enredada entre las ramas desnudas de los pinos, ora en el linde absorto que forman las copas en la cima, a veces dejándose caer con su luz fantasmal y lechosa sobre las ondulaciones del terreno, sobre la pelusa llena de rocío de las calabazas, a veces más blanca, más pequeña y más brillante, pero elevándose siempre sobre la colina de la iglesia, elevándose también sobre un millón de calles, sobre la tierra inmersa en rocío y silencio"
Y si esto no te ha conmovido, no lo leas.
Aunque te perderías 100 páginas de auténtica, personal y única narrativa poética que nos llega gracias a la estupenda edición de Periférica, que ya editó esa otra joyita de Wolfe "El niño perdido".
(Para los concretos y apegados a la Tierra: no es novela, no son cuentos, no es autobiografía. Es la imaginación desbocada del autor vertiendo sus recuerdos sobre el mes en el que todo empieza, Octubre, mientras busca desesperadamente la puerta que le lleve al lugar al que perteneció una vez).
Sybila

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