miércoles, 20 de enero de 2021

LA MUERTE DE AMALIA SACERDOTE. Andrea Camilleri.

 

De vez en cuando Camilleri abandona su paraíso particular de Vigatà, le da vacaciones a Montalbano y desciende a la terrenal Palermo; se calza las botas de su colega y compatriota L. Sciascia y hace, a mi modo de ver, más que una novela, un guión de TV, en el que, con la excusa de la muerte de la hija de un poderoso mafioso, se lanza a una descarnada crítica político-social de la Sicilia actual.

Es una novela extraña tanto en su concepto como en la forma. El protagonista no es un detective sino el director de la RAI de Palermo, Michele Caruso; no interesa el cadáver sino la enmarañada red de influyentes relaciones que giran a su alrededor; no hay voluntad de resolver el asesinato sino que el motor que impulsa la acción es el miedo, el chantaje y las ansias de poder tras cada información proporcionada.

La narración se desarrolla en forma de múltiples y aceleradas conversaciones lideradas por Caruso quien, como un funambulista sobre un tenso cable tejido por intereses políticos, judiciales, mafiosos y financieros, dirige la investigación buscando más los réditos periodísticos que la solución del caso. Así, será el lector, becario de la redacción, el que irá deduciendo y resolviendo la intrincada trama, más enrollada que unos “spaghetti al nero di seppia”. Es tal la multitud de ramificaciones del argumento y de personajes que en más de una ocasión se pierde el hilo.

Está claro que Camilleri se desenvuelve mejor en la ocurrente fabulación que en el realismo social, pero aun faltando el ingenio habitual de sus protagonistas y siendo en esta ocasión la sátira carente de toda gracia, animo a la lectura de esta novela por lo que supone de brutal denuncia contra esa corrupción secular que mantiene a la perla del Mediterráneo prisionera de la tenaza mafiosa.

La recomiendo para incondicionales de Camilleri, para los amantes de Sicilia con todas sus consecuencias, para los que nos revuelve y a la vez apasiona el tema de la Mafia, porque nunca viene mal un latigazo a la conciencia.

P.D: Sigo sin entender por qué la catalogan como novela negra (incluso con premio en esta categoría en 2008) porque no tiene nada de policíaco pero sí mucho de política.

Sybilalibros

 

 

 

domingo, 17 de enero de 2021

MEMORIAL DE LOS LIBROS NAUFRAGADOS. Edward Wilson-lee

 

La sombra de un padre celebérrimo abriga, protege pero, ¿cómo te sacudes la manta de plomo que te ha echado  encima?

No creo que los hijos de Colón se lo planteasen. Vivieron sin comprender la transcendencia inconmensurable de los actos de Cristóbal Colón. Diego fue un tarambana que se sirvió de los méritos paternos, Hernando, más complejo, merece un libro, este.

 Hernando Colón cordobés de 1488, muere rodeado de sus libros en su casa sevillana junto al Guadalquivir, en 1539. Su madre es Beatriz Enríquez de Arana, su padre un tal Cristóbal. Este pudo desentenderse de Hernando, pues no tenía vínculo legal con la madre; sin embargo, consiguió colocarle de paje en la corte del príncipe Juan, heredero de los Reyes Católicos. La descripción de esta corte es uno de los atractivos del libro que comento. Luego don Cristóbal llevaría a América al mozo de catorce años en su cuarto viaje, 1502. Hernando volvería a la actual República Dominicana en 1509.

 Siempre defenderá Hernando a su padre, pleiteará por el Almirante y sus derechos siempre. Su hermano Diego se quedará la parte del león de la herencia sin resistencia por su parte. El desprendimiento de Hernando sorprendería si no fuera porque es hombre enamorado. Notable cosmógrafo y geógrafo, comenzó un censo y descripción de España, mandando agentes pueblo por pueblo. Una orden del Consejo de Castilla interrumpió este proyecto descomunal. Escribió una vida de su padre reivíndicandolo. Dije enamorado… de los libros.

 Eran muy pocas las bibliotecas particulares a principios del siglo XVI. La gente solía guardar sus libros en cofres o armarios o sobre una mesa. Unas pocas decenas de volúmenes eran muchos. Como el dueño podía llevar de memoria perfectamente la lista de títulos, la colocación de estos no era un problema. Hernando no es que leyese cualquier papel que encontrase por la calle, anticipando El Quijote, es que lo guardaba. “Desde libros, manuscritos y panfletos hasta estampas, folletos, partituras, pósteres de tabernas y un largo etcétera”. Tenía la pretensión de formar una biblioteca universal, total, con una ambición que nos deja perplejos, pues incluso entonces coleccionar todo lo publicado era vaciar el mar retirando el agua con un cubo. Lo intentó. Compró libros por toda Europa. El hermoso título de este, Memorial de los libros naufragados, no es una ocurrencia poética. Se refiere a que, en su afán clasificatorio, anotó los libros que, comprados en Venecia, se perdieron en el mar, al naufragar el barco que los llevaba a Sevilla. Debió ser uno de los mayores dolores de su vida. Hizo fichas, inventó estanterías, para que la gente pudiera buscar y consultar los volúmenes, pues pensaba en los futuros usuarios de su tesoro. Anotó en cada libro el lugar de la compra, el precio, escribió resúmenes de cada uno. Cualquier amante de los libros sentirá gran simpatía por este hombre, una afinidad íntima y melancólica, por lo que se intenta y lo que se logra en esta vida, a veces traspapelada.

 

 Edward Wilson-Lee describe bien esta época excitante de España,  renovadora del mundo. Cae en algunas simplificaciones, pero no es este un libro de Historia y hace bien en no profundizar demasiado. Sabe que no puede abarcarse todo, aunque admiremos a los hombres que, como Hernando, lo intentan. El primer tercio del libro habla de Cristóbal Colón principalmente, lo que puede impacientar a los buenos conocedores del Almirante, al leer cosas ya sabidas. 658 páginas. Leo la edición electrónica de Planeta, 2019. Por las ilustraciones y mapas, recomiendo la edición de papel.

   Nada queda de la biblioteca hogar que Hernando construyó en Sevilla, junto al río frente a Triana. Sus huesos, polvo enamorado como polvo oloroso de libro viejo, más lo que resta de sus libros, una quinta parte de los quince mil que atesoró,  pertenecen a la catedral hispalense, sede de san Isidoro, otro curioso y compilador universal.

Su ex libris: Don Fernando Colón, hijo de don Cristóbal Colón, primer Almirante que descubrió la India, dejó este libro para uso y provecho de todos sus prójimos, rogad a Dios por él.

 Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.

 

 

 

 

 

jueves, 14 de enero de 2021

EL HOMBRE QUE SE ENAMORÓ DE LA LUNA. Tom SpanBauer


 “Tú vives conociendo y comprendiendo que eres una historia que has inventado para mantener alejada a la luna. Y como sabes lo que es vivir sin una historia, te has vuelto un experto en historias y en el poder de las historias. ¿Qué es un ser humano sin una historia? –preguntaba. Es un niño mestizo y pervertido que persigue al pájaro teruteru, que mira por las ventanas a la gente que hay dentro, que mira a quienes creen que son, cómo les van sus historias… y cómo se las arreglan.”

Estamos hechos de historias, es lo que nos viene a decir Spanbauer, un escritor, cuando menos, singular.

Llegué a él por las recomendaciones encendidas de amigos lectores. Iba dispuesta a encontrarme con una escritura apasionante, pero lo que no me esperaba era el objeto de esa pasión.

“El hombre que se enamoró de la luna” es un relato iniciático entre el mito y la realidad protagonizado por Cobertizo, un joven mestizo de india y blanco que sólo habla la lengua de sus ancestros sin saber a qué tribu pertenecían. Criado en el prostíbulo donde trabajaba su madre en un villorrio del medio oeste norteamericano, un Eldorado de polvo y supervivencia codiciado por los expansivos mormones. Violado por el asesino de su madre sale en busca de su escurridiza identidad siguiendo un camino místico donde el lenguaje y la homosexualidad se fecundan mutuamente (paradojas mágicas de los indios “berdajes”) para dar a luz a un nuevo Cobertizo.

 Le acompañan en este viaje unos personajes tan estrambóticos como sugestivos que embaucan al lector de tal manera que acaba deseando ser acogido en el burdel que regenta Ida Richelieu, ser amado por Alma Hatch, la indómita prostituta, y contemplar la luna hasta volverse loco como el vaquero de los ojos verdes y el sexo tántrico, Dellwood Barker.

  “El hombre que se enamoró de la luna” no sólo no es una novela usual, ni fácil, ni clara, sino que además exige del lector una mente abierta y una amplia trayectoria lectora para no perderse en los oscuros meandros antropológicos y junguianos entre los que discurre una trama de búsqueda desesperada del yo envuelta en un maravilloso celofán de western crepuscular donde el lenguaje es a la vez llave y trampa. “Buscar quién soy es quién soy” dice Cobertizo, narrador y protagonista.

La prosa de Spanbauer tiene una magia poderosa, te atrapa con sus palabras, que repite como en un conjuro hasta que te hipnotiza. Lo que ocurre es que cuando se abusa de ese magnetismo, cuando follar, polla o culo aparecen en un párrafo más veces que cualquier otro término, erosionan el poder del hechizo que termina por desvanecerse y el iniciado, es decir, el lector, abandona al chamán/ escritor hastiado y al libro por puro hartazgo repetitivo. Al menos en mi caso.

Ello no es óbice para reconocer el talento de Spanbauer, cuya ajetreada vida construye su literatura: de camarero de hotel de lujo en Kenia a miembro adoptado de la tribu shoshonne, es fundador de la escuela de escritores del Pacífico denominada “Dangerous writing” cuyo miembro más conocido es Chuck Palahniuk. El objetivo de la escritura peligrosa no es otro que volcar en el proceso creativo los miedos, vergüenzas y tabúes del escritor para enfrentarse a ellos. Su lema: “la ficción es la mentira que cuenta la verdad más auténtica”

En sus obras explora la identidad sexual, la pertenencia a la familia, el yo y cómo conocerlo. Su prosa extrema, su ingenio para crear personajes inolvidables, su habilidad para envolverte en las historias que quiere contarte hacen de él un autor sobresaliente. Es un encantador de serpientes/palabras que te muerden y disfrutas con el veneno.  

P.D: Aviso a los lectores que se aventuren en su obra: sus brutales y físicas descripciones de violaciones, sexo y crueldad pueden herir la sensibilidad menos delicada.

Sybilalibros

viernes, 11 de diciembre de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS. Juanjo Ávila García

 La abolición de las obligaciones. ¿Quién no ha soñado con ello? ¡Me gustaría ser monje en convento, fuera los problemas de la vida! Los solitarios se alegran de la pandemia en secreto, pues les permite vivir encerrados con un motivo noble, no matar contagiando. Pero si algo tiene la vida es humor negro. Resulta que los monjes sí tienen obligaciones y horarios estrictos, que los solitarios quieren dejar de serlo cuando menos pueden.

Un hombre es isla con un continente humano enfrente. Según la marea, los vientos, la Luna de fuerzas incomprensibles, puede comunicarse o no. El malvado Sartre, típico intelectual enemigo de la libertad en nombre de la libertad, tiene una frase apreciable: El infierno son los otros.

  Nuestro protagonista, Juanjo, que al leer ese “nuestro” daría un respingo, tiene aspiraciones de escritor y amante. La revelación de que conseguir ambas cosas depende de la pelea interior le desasosiega. ¿Cómo van a quererme si mi lucha interna no cesa? Arrojado, porque comunicarse es arrojarse con paracaídas sin seguro, se relaciona.

Vive en una Granada clausurada por el virus
, como una alcoba pequeña con sábanas fantasmales tapando los muebles añejos y bellos. La madre, las mujeres (que para los varones nada tienen que ver), un amigo enloquecido, otro fiel, un psiquiatra obcecado, símbolo de la corrección mental, policías como meros instrumentos de los mandamases, un tipo angelical y otro luciferino, son los personajes temidos, amados, inexcusables de este relato de un hombre que escribe un diario.

  ¿Cómo está escrito? Muy bien. Salpicado de definiciones, metáforas, comparaciones de la Muerte. Una paloma lleva en el pico el séptimo sello. Ávila García siempre me ha parecido un Valdés Leal de la escritura, barroco y febril, pero sin más virus aparente que el amor por las palabras. Eso no es renunciar a la vida, al contrario, es valorarla por frágil. Transmite verosimilitud  y vitalidad. Con sus citas cinéfilas nos recuerda que ver cine es vivir, como leer, escuchar música, como todo lo que nos mantenga curiosos.

Lean este libro si creen que la bonhomía y la cultura son nuestra tabla de salvación, con pandemia y sin ella.

Edita Adarve, octubre de 2020, 307 páginas estupendas.

Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.

viernes, 4 de diciembre de 2020

COMO POLVO EN EL VIENTO. Leonardo Padura

 

Leonardo Padura nació en La Habana en 1955. Vive allí. Es autor de nueve novelas policiacas breves, protagonizadas por el policía habanero Mario Conde. También de “El hombre que amaba a los perros”, sobre Trotsky y su asesino, Ramón Mercader; novela extensa y meritoria, como esta “Polvo en el viento”.

  El amor es incierto y doliente, la amistad segura y consoladora. Así piensa Padura, viendo los clanes de amigos en sus novelas con el policía Mario Conde y en esta.

El título se refiere a la canción de Kansas “Dust in the wind”, melancólica y vidente. El libro trata de la amistad entre los habaneros Darío y Clara, Irving y Joel, Bernardo y Elisa, Fabio y Liuba, Horacio y Guesty, Walter; treintañeros en 1990. La acción corre hasta 2016, va y viene con saltos en el tiempo bien trabajados, no provocan confusión ni rompen el ritmo narrativo.

  La Habana, Miami, Madrid, Barcelona, Florencia, Puerto Rico, el fin del mundo cerca de Seattle son los escenarios para los personajes del drama cubano, que no pueden parar quietos a la vez que están presos. Ni permanecer en la isla prisión ni escapar de ella, nada garantiza la felicidad.

 Es curioso ver a qué comportamientos lleva el desarraigo. Un cubano en Barcelona que se hace independentista catalán, buscando calor de pertenencia grupal; otro en Madrid que se cita cada domingo con el Ángel caído del Retiro; una que se acoge a sagrado en una montaña de Washington. Partimos de viaje buscando amarras y norays antes o después.

 Padura se niega a hacer un alegato contra la tiranía cubana, aunque la  mera descripción de la sociedad es suficiente para ver el fracaso del régimen. 1989 marca el inicio de los peores tiempos, al perder el sistema el apoyo soviético. La mala dirección de los asuntos públicos parece obedecer a la fatalidad, más que a los errores e insuficiencias de la cúpula fidelista.

  Conocemos también a Ramsés, Marcos, salidos de la isla pronto, Adela, gestada en Cuba y nacida en Estados Unidos, de la generación siguiente; más desengañados, menos politizados que sus mayores, sin los problemas de estos con el alcohol, la homosexualidad humillada, la escasez de casi todo.

¿Qué más? Mucho, por eso recomiendo esta novela. Padura emplea 650 páginas para que cada uno de tantos personajes tenga entidad propia, interés. Lo consigue. Quien no padezca el rechazo a los libros extensos disfrutará. Vale la pena.

Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.

 

 

 

 

 

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