A Barnes le gusta deconstruir recuerdos para construir historias, esparcir las cenizas de información para que el lector reviva, cual Dr. Frankestein, el alma que subyace escondida en el dolor latente. Y por eso me fascina cada libro suyo que leo.
Hay quien tacha “El sentido de un final” de sinsentido, de
poca enjundia, de divertimento menor. Pero a mí me ha parecido todo lo
contrario, una joya en miniatura.
Narrada en primera persona por Tony Webster, un inglés
apaciblemente acomodado en su sesentena al que las preguntas dejaron de acosar
hace mucho tiempo, es un ejercicio de memoria que nos retrotrae a sus años
adolescentes, en los que el grupo de amigos es la verdadera familia y admitir
uno nuevo y además brillante, supone una apuesta arriesgada que tardará 40 años
en cobrarse en forma de una carta de su antigua novia Verónica en la que le
lega una herencia inesperada. Mientras indaga en los porqués, Tony reconstruirá
su pasado desde un ángulo diferente al que estaba cimentado.
La verdadera historia de lo que sucedió está fragmentada en
la mente de Tony y por ende en la del lector, que tiene que dejarse guiar por él,
sentir por sus engañosas emociones mientras intuye otra realidad que nuestro
protagonista no se atreve a mirar, cuando el mundo era de un grupo de chavales
arrogantes con todas las respuestas gracias a la Filosofía que convivía con los
colores psicodélicos de los 60/70.
Recomiendo disfrutar de esta novela y cualquier otra de
Barnes, un autor asombroso y fuera de lo común, no sólo por lo que cuenta sino
por cómo lo cuenta. Su estilo claro, preciso, con un fino humor que no abandona
incluso en las situaciones más difíciles hace que la lectura se deslice por las
palabras como en un tobogán de ingenio y clase. El cariño con el que dibuja a
sus personajes, lo indulgente que se muestra con sus debilidades sin esconderlas
genera la inmediata conexión con el lector, que se los lleva a casa para seguir
charlando con ellos una vez terminada la novela.
“El sentido de un final” nos dice que ni los acontecimientos
históricos, ni las ideologías, ni los grandes argumentos filosóficos son los
arquitectos de nuestro pasado sino las emociones que dan vida a los recuerdos:
“La historia son las mentiras
de los vencedores, pero también las mentiras con que se engañan a sí mismos los
vencidos”
¡Leed a Barnes! Escritor con mayúsculas que también brilla
en este libro sobre el Tiempo, tema constante en su obra.
NOTA BENE: Tiene adaptación cinematográfica protagonizada por
el extraordinario Jim Broadbent y Charlotte Rampling que, a servidora, adicta y
adepta del cinema británico, gustó mucho.
Sybilalibros