lunes, 26 de octubre de 2020

LABERINTOS. Jesús Fernández Santos

 

Madrileño de 1926, Fernández Santos es autor de la célebre en su día, no sé hoy, “Extramuros”, de ambiente conventual femenino. Tiene versión cinematográfica. Con Garci en la producción, la dirigió Miguel Picazo; las actuaciones de Mercedes Sampietro y Carmen Maura fueron muy elogiadas. Me gusta más su novela  “El hombre de los santos”. Murió en 1988.

  En “Laberintos” un grupo de amigos se encuentra en Segovia para pasar la Semana Santa, 1960, más o menos. Son pintores y escritores, en distinto grado de “consagración”, desde los que ya han participado en exposiciones hasta los que tienen lo mayor de su obra en el pensamiento. El arte como mercado y modo de vida. La mirada sobre los personajes no es nada amable. Serían como barriobajeros barojianos en “La busca”, si no fuera porque no pasan necesidad, son clase media, hijos de los vencedores de la guerra. Hablan más de influencias y dinero que la esencia del arte. Son diletantes con tendencia al cotilleo, para más inri. El mejor personaje es una mujer entre varones, pintora desubicada, tan alejada de realizar sus sueños como de la felicidad conyugal con Pedro, su marido.

  Estamos en una España en la que uno quiere telefonear de Segovia a Madrid, poner una conferencia se decía, y le informan: “Tiene hora y media de demora”. Una Segovia, ciudad turística, visitada por extranjeros incluso, en la que cierto bar es “el de la televisión”, artefacto novedoso. Ya no es la España de la represión feroz de los cuarenta. El aburrimiento, la grisura ambiental,  duele más a nuestros personajes que la falta de libertad política.

  Quiero recordar, ya que no suele decirlo  el antifranquismo de hoy, básicamente lanzadas a moro muerto, que Franco murió en la cama sin tener más opositores fuertes que el PCE y la banda de asesinos ETA. Los protagonistas de esta novela son característicos de su tiempo. Gente que no se mete en líos, conformista;  buscadores de confort y alegría en una sociedad triste pero, para ellos, tranquila.

 Leo la edición de Argos Vergara de 1980, el copyright de Santos es de 1964 y 1980, por lo que revisó la novela en democracia. 180 páginas más tristes que amenas, bien escritas.

 Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.

 

martes, 20 de octubre de 2020

ANTÁRTIDA. Valentín Carrera

 

“…pero siempre, fuera, espesos torbellinos de nieve aventados por la tempestad. Ya toda esperanza debe ser abandonada. Esperaremos hasta el fin, pero nos debilitamos gradualmente; la muerte no puede estar lejos. Es espantoso; no puedo escribir más.

Diario de Robert Falcon Scott, 29 de marzo de 1912.

 En el norte de España no es infrecuente andar a 4º bajo cero. Te abrigas bien y lo soportas. Sin embargo, la sensación de dolor en orejas y nariz, casi lo único que llevas al aire, fastidia. Te quejas creando nubes pesadas de aliento helado.

 Nosotros, cuatro bajo cero, con prendas que no pesan y abrigan de lujo. Cuando hablamos de expedicionarios polares hasta la Primera Guerra Mundial nos referimos a hombres que caminan, trabajan, exploran, hacen sus necesidades con -20º, -30º o menos. Cuando se acuestan, dejan las botas sin dobleces, en la postura en que quieren encontrarlas por la mañana para poder calzarlas, porque saben que al levantarse las encontrarán congeladas y no podrán cambiar su forma rígida. Esto último lo cuenta Cherry-Garrard en su libro autobiográfico  sobre la desgraciada aventura de Scott, que perdió la carrera hacia el Polo Sur con Amundsen y la vida.

 

Las 150 páginas primeras del libro son un repaso de las expediciones que rondaron primero y alcanzaron después la Antártida. Desde Cook en 1773 hasta Shackleton  en 1922, con referencias a las gestas del Polo Norte también; con acierto, pues hay mucha relación. (Tuve la suerte de ver y pisar en Oslo el barco Fram, que estuvo en el Ártico con Nansen y en la Antártida con Amundsen.) Recomiendo todos los libros que cita de aquellos exploradores. El mejor, para mí, el de Apsley Cherry-Garrard: El peor viaje del mundo.

El resto del libro, hasta las 450 páginas, lo dedica a su experiencia personal, la de 2016 y 2017, principalmente. Muy interesante, con las salvedades que detallo más adelante. Es un libro feliz, de un hombre que cumple un sueño; convivir con excelentes marinos y científicos españoles, también argentinos, chilenos, rusos, etc. El trabajo diario, el ocio, las incomodidades, la belleza del paisaje, las relaciones personales, las comunicaciones con el exterior. El relato satisface todas esas preguntas que podemos hacernos.

 Valentín Carrera, berciano, fue periodista en la Antártida, durante nuestra primera expedición científica allí, en 1986. Vuelve treinta años después, en el Sarmiento de Gamboa, luego navegará también en el Hespérides. Nos lo cuenta en este libro.

Carrera tiene buenas cualidades de periodista de los de antes. Es hombre determinado, educado, curioso, adaptable a las circunstancias para descubrir cosas. Pero Carrera es un periodista de hoy. Escribe en politiqués. “El lector y la lectora”. De los científicos de la Antigüedad sólo se le ocurre citar a Hipatia. La satisfacción de ser correcto le hace descuidarse y escribe “Monolito de piedras”. Se le va la mano con el cambio climático. Cuando Shackleton escribe, en 1908, que tal vez vengan inviernos con menos hielo, el autor le da el título de profeta del cambio climático, cuando Shack sólo expresa el deseo de tener menos dificultades en el futuro. No es el único caso. Al tiempo, intenta ser ecuánime y cita a un experto chileno que no cree en la responsabilidad humana de ese cambio.

 En resumen, libro muy interesante que obliga a leer los de Nansen, Alfred Lansing,  Shackleton,  Cherry-Garrard,  Amundsen, Ranulph Fiennes… Muy bien editado por Ediciones del viento, 2020, bonito de mirar, 458 páginas. Muchas fotos, antiguas y modernas, mapas necesarios, bibliografía demasiado breve para mi gusto, itinerario de la trigésima expedición científica española, con el Hespérides.

 Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.

 

 

 

sábado, 10 de octubre de 2020

EL AÑO DEL MONO. Patti Smith

 

Smith es de izquierdas, también persona religiosa, bien que a su aire. No le gustan las drogas, el alcohol poco. Le da un pronto y compra un pasaje Nueva York  Bruselas, un taxi Bruselas Gante para ver una pintura con el Cordero Místico y la Virgen (En este libro lo cuenta). “Madrina del Punk”, vaya con la manía ridícula de encajonar, falsificar simplificando. Su literatura es como ella, no cabe en un armario de estantes ordenados; la etiquetas y Patti convierte esa etiqueta en una cometa de colores y echa a volar.

 Hay que leer las contraportadas de los libros con precaución. Se escriben para incitar a la compra del libro, por lo que destacan lo mejor y ocultan lo menos bueno. Lo comprendo, pero deben ser rigurosas. Es inadmisible cometer un error en una contraportada, lo que ocurre aquí. Pone que Patti acaba de cumplir setenta años en la Nochevieja de 2015, en realidad son sesenta y nueve. Otro error, bien de Smith, bien del traductor, es decir que la tierra de Medea es el Báltico. Tal vez soy tiquismiquis, pero regaño a Patti como se reprocha algo a un amigo, con afecto y confianza. Que yo pueda fantasear con la amistad imposible de esta mujer es mérito de su literatura. Recomiendo sus libros, por este orden de lectura, para ver su evolución: El mar de Coral, 1996; Éramos unos niños, 2010; M Train, 2015; Devoción, 2017; El año del Mono, 2020.

 

En El año del Mono Smith nos cuenta un año de su vida, 2016. Tratándose de ella es mucho más. Tiempo marcado por la muerte de su amigo Sandy Pearlman, quien le aconsejó cuando eran jóvenes formar una banda de Rock; por la enfermedad degenerativa de otro gran amigo, Sam Shepard.

Rabo de lagartija, no para quieta, recorre su país y el mundo con curiosidad incansable. Porta poco equipaje físico, ilimitado bagaje memorístico. Va a todos lados sola. Lleva consigo a sus amores, en muchos casos ya muertos, les habla y comenta lo visto como cicerone para fantasmas inmortales.

 Nos dice en el epílogo: “Sam está muerto. Mi hermano está muerto. Mi madre está muerta. Mi padre está muerto. Mi marido está muerto. Mi gato está muerto. Y mi perro, que murió en 1957, continúa muerto. Aun así, no dejo de pensar que algo maravilloso está a punto de suceder.”

 Patti Smith.

 Tiene la habilidad narrativa de contarnos cosas reales e imaginadas sin confundirnos, con una lengua poética como una llama sobre su cabeza de melena indomable.

 Leo la edición de Lumen, junio de 2020, con fotos tomadas por la autora aquí y allá. 218 páginas de una vida interior y exterior expuesta ante nuestra probable sensibilidad. Un unicornio en un cercado se aburre, nosotros, nada extraordinarios, podemos disfrutar y aprender leyendo.

Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.


lunes, 5 de octubre de 2020

EL SECRETO DE LA MODELO EXTRAVIADA. Eduardo Mendoza

 

Barcelonés de 77 años es un escritor que se quita importancia. No da lecciones sobre todo ni se cree un sabio. Es afable en las entrevistas dando la impresión de que se puede charlar con él, no frente a él ni a sus pies.

Autor de novelas serias y humorísticas, con lo que demuestra estar por encima de los géneros, los maneja según su gusto y necesidad expresiva. No estoy de acuerdo con clasificar las serias como mayores y las divertidas como obras menores. Actores como José Luis López Vázquez, Alfredo Landa o Andrés Pajares dicen que es más difícil hacer reír que interpretar un personaje tremendo. Creo que pasa igual en la literatura. Una novela dramática está al alcance de muchos autores, muy pocos pueden hacernos sonreír  y carcajear como Mendoza. Cuando la risa se calma, se retrae como una ola, queda el pensamiento provocado por ella en la playa brillante. La comedia bien escrita tiene mar de fondo.

  El humor está emparentado con la poesía. Comparten una visión del mundo  a la vez distanciada e imbricada en él, de manera que la variedad de perspectivas  faculta al poeta y al humorista para enseñarnos lo que no solemos ver. Lo que distingue al humorista del poeta ilusionado y lo lleva por caminos tan distintos es la incredulidad, compasiva al cabo, pese a la ferocidad aparente.

  Mendoza ha escrito cinco novelas con un loco sin nombre como protagonista;  nos recuerda al agente de la Continental, de Dashiell Hammett, también innominado. Porque estas novelas son parodias del género detectivesco. Tenemos la ciudad, Barcelona, con sus barrios altos y bajos, policías venales, buscavidas, criminales ricos y pobres, gente triunfadora y tipos patéticos. Tontos y listos. Las novelas son:

 

El misterio de la cripta embrujada, de 1978.

El laberinto de las aceitunas, 1982.

La aventura del tocador de señoras, 2001.

El enredo de la bolsa y la vida, 2012.

El secreto de la modelo extraviada, 2015.

 El protagonista sale y entra del manicomio, lugar de orden. Estas salidas nos recuerdan a las de don Quijote, el hambre que pasan los personajes pobres a Sancho Panza. En otras ocasiones nos acordamos de Mortadelo y Filemón; en la imaginación humorística no respetamos jerarquías. Baja a las calles de Barcelona y  se encuentra con la locura cotidiana de la sociedad. Es una humorada que la ciudad sea más lugar de locos que el manicomio; que nuestro amigo orate, detective a la fuerza, use la razón como arma para desenvolverse es otra. Gracias al talento de Mendoza recorremos la Barcelona más dura, entre personajes dolientes, sonriendo y riendo en voz alta incluso.

 Algunas personas han disfrutado más unas novelas que otras de esta serie. Recomiendo leerlas todas, pues todas me han gustado; por orden, claro, no nos volvamos locos.

Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.

 

viernes, 2 de octubre de 2020

MÁS RÁPIDO QUE EL OJO. RAY BRADBURY

 

La buena fama de Bradbury es indestructible gracias a sus libros Crónicas marcianas y Fahrenheit 451. Pese al mundo horrible que pinta el segundo, está etiquetado como optimista e ingenuo, cosa despreciable para los autonombrados intelectuales enemigos de los finales felices, más enemigos de perder su cómodo tren de vida. Los que dicen que el mundo es una mierda mientras cenan con vino de 100 euros la botella se sienten incómodos con Ray, por poco apocalíptico. Es un tipo del que pudo burlarse John Huston durante el rodaje de Moby Dick, en cuyo guión colaboró. Pero Huston se burlaba de todo el que no se emborrachase con él, que también. Lo cierto es que Ray no es un pánfilo, imagina futuros terribles, mas piensa que hay que dar la pelea. Junto los citados, mi libro preferido del paisano de Illinois es El hombre ilustrado.

  Más rápido que el ojo es una agrupación de veintiún relatos de diez páginas, más o menos. Tres de ellos pueden considerarse de ciencia ficción, siendo esta una excusa; dos de fantasía, el resto… trampantojo. Esta técnica consiste en hacernos ver lo que no es, por ejemplo, que una pintura parezca una escultura. Bradbury hace que lo que leemos parezca fantástico, irreal, cuando lo cierto es que nos enseña la vida tal cual, si se sabe profundizar en ella. Cuenta lo que  sucede, solo que nuestra velocidad habitual hacia ninguna parte hace que solamos ignorarlo.

 Bradbury es hombre agradecido que no esconde sus devociones e influencias. En estos relatos homenajea a cineastas como Laurel y Hardy, a escritores como Herman Melville, Oscar Wilde y Poe. Ejemplo de su amplia cultura es que cite al músico Albéniz, que tan lejos le queda, supondríamos.

 Debo decir que el libro es irregular. Algunos relatos son poco más que ocurrencias, otros son emocionantes; bien escritos, con la aparente facilidad de toda su obra. Bradbury siempre nos ha hecho el favor de ser inteligible.

Edición de Minotauro, editorial benemérita, de diciembre de 1998, la original es de 1996, año en el que Bradbury cumplió 78. 266 páginas.

 Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.

 

 

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