Sigo descubriendo noirs italianos. Parece que se les da bien. Como dice mi amiga Julia, el género policíaco es el nuevo costumbrismo, revestido de investigación policial para hacerlo atractivo. Y claro, de costumbrismo tenemos en el Mediterráneo para dar y tomar.
Giovanni cumple con la norma: detective y ciudad donde trabaja son uno, pero difiere del resto de novelas actuales al alejarse del mundo contemporáneo y ambientarla en Nápoles durante los año 30, donde un Fascismo recién estrenado añade aún más contradicciones a la ya de por sí caótica esencia napolitana, pues en una ciudad fascista (al igual que en sus homólogas comunistas) no pueden existir crímenes, suicidios, violaciones o robos porque el infalible Estado es el garante de la seguridad. Por supuesto, la realidad y el comisario Ricciardi se encargan de contradecir la mentira totalitaria.
Una ambientación diferente merece un detective diferente y Giovanni dibuja un protagonista extraño: al contrario que sus colegas, sobre todo los norteamericanos, que son casi más “bajofonderos” que los criminales que investigan, Ricciardi es de origen noble. No necesita trabajar para vivir pero lo hace porque lo empuja “El Hecho”, una carga que no puede compartir con nadie, que determina su oscura personalidad y lo sume en un dolor abrumador constante. Es taciturno, esquivo y poco amigable para el lector que, sin embargo, queda atrapado por sus ojos verdes sin sombrero y no puede dejar de leerlo.
En ese muro de soledad sólo les está permitida la entrada, y restringida al atrio de la “sfogliatella” en el Gambrinus, a su fiel segundo el brigadier Maione, al racional forense Modo y al informante travesti Nenita. Meras comparsas en esta primera novela.
El único personaje que habla de tú a tú a Ricciardi es Nápoles, la ciudad del autor que mima en sus descripciones. Es la Nápoles de los burgueses del Vomero y de los pobres de los Quartieri Spagnoli, de los “scugnuzzi”, los niños de la calle, y de la suntuosidad del teatro San Carlo, donde se desarrolla la acción de esta primera entrega:
Arnaldo Vezzi, divo de la ópera de talento infinito, amado por mujeres y reverenciado por el mismísimo Duce, aparece muerto en extrañas circunstancias justo antes de “vestire la giubba” de Pagliacci. Su carácter caprichoso y tiránico lo hace acreedor de multitud de enemigos por lo que la investigación parece inabarcable. Pero la contumaz perseverancia de Ricciardi, impulsada por un profundo conocimiento de los sentimientos humanos (“el delito es el lado oscuro de los sentimientos” dice Giovanni) irá levantando los pesados telones, de amor unos, de hambre otros, que cubren el crimen.
También en la narración es diferente Giovanni. Su prosa es pausada, floreada en algunas ocasiones (no lo puede evitar siendo napolitano), más atenta a los sentimientos y a hurgar en los tortuosos pensamientos del comisario Ricciardi que a la acción, lo que a mi modo de ver hace que se resienta el desarrollo de la investigación. La ambientación es maravillosa, los personajes bien descritos y el planteamiento muy atractivo, pero de desinfla un poco a mitad del libro y al final comete uno de los peores delitos que puede perpetrar un escritor de novela policíaca según mi amigo y colega Luis: sacarse de la manga un personaje crucial para la resolución del caso, lo que hace menos creíbles los motivos del crimen.
A pesar de esta pequeña decepción, continuaré leyendo la saga de Ricciardi, dividida en estaciones (como los primeros de Mario Conde), porque me ha gustado el personaje y mucho más Nápoles. Sí, lo recomiendo porque se sale de lo común, y en concreto para los amantes de la Ópera porque van a disfrutar como enanos.
Lo he leído en italiano donde he podido apreciar la riqueza del lenguaje de Giovanni, al que agradezco no atiborrar el discurso con el dialecto napolitano, sólo unas pinceladas.
En español lo edita Lumen y lleva como título El invierno del comisario Ricciardi.
Sybilalibros