Cerrando el libro y aún sacudiéndome el polvo del
desierto de Idaho, me lanzo en tren transcontinental a comentar esta titánica
epopeya (como no podía ser de otro modo tratándose de un premio Pulitzer)
basada en la vida de la escritora e ilustradora Mary Hallock Foote, cuyos relatos
y dibujos constituyen el rico diario de aquellos aguerridos pioneros que se
lanzaron a la conquista del Oeste en pos de un Eldorado minero a finales del s.
XIX.
Stegner se encarna en la figura de Lyman Ward, un
profesor de Historia inválido y solitario, que intenta volver a dar sentido a
su dolorosa y limitada existencia reconstruyendo la azarosa vida de sus
antepasados a través de la extensa correspondencia que mantuvo su abuela Susan
(Mary Hallock) con sus amigos del añorado Este, ese que abandonó para ser la
esposa de un constructor de minas que la hizo vagar por desiertos buscando la tierra y la veta
prometida.
Se articula así la novela sobre dos historias paralelas,
una remota y otra contemporánea al movimiento hippy californiano cuyo hilo conductor
comenzaría por los lazos de sangre pero conforme va avanzando la historia serán
la redención, los caracteres indómitos y el eterno amor por la tierra quienes
conecten ambas generaciones.
Desde el primer momento te quedas enganchado a los
avatares de la dispar pareja: ella, una damita cultivada y mundana, más
victoriana que el miriñaque de la propia reina Victoria, convencida de que
puede trasladar su refinado universo al salvaje Oeste, y tan tenaz como para
recrear un elegante salón neoyorkino poblado de poetas y políticos en un mísero
cuartucho de un astroso poblado minero.
Él, de carácter noble y taciturno, necesitado de espacios
abiertos donde demostrar una valía constantemente puesta en entredicho por el
talento de su esposa.
Cómo el autor consigue en su minuciosa narración
describir la aventura del matrimonio en paralelo a la de un paisaje
ingobernable, deidad omnipotente que esculpe caracteres, levanta hogares al
borde de precipicios existenciales, anega de fracasos los campos de sueños y se
erige por derecho propio en personaje decisivo, es digno de ser leído.
Sobrecogen la riqueza de las descripciones y las pasiones,
tanto en la aridez de Arizona como en la mansión de Lyman, de estos seres
sobrepasados por las circunstancias pero que no se dejan someter por ellas.
Hay momentos en los que el libro se vuelve árido, pesado
como el entorno, pero la habilidad de Stegner para retratar la psicología de
cada uno de sus personajes a partir de las planchas que dejó la ilustradora, consigue,
sin que te des cuenta, que te hayan traspasado y que no puedas abandonarlos a
su suerte cerrando el libro.
Como curiosidad comentar que los herederos de Mary
Hallock se querellaron contra Stegner por haberse tomado demasiadas libertades
a la hora de interpretar sus cartas en sentido amoroso (es que hay que novelar,
se defendió) así como la grandeza de la metáfora física del título, pues un
ángulo de reposo hace referencia a la pendiente máxima de un terreno sin que se
produzca un deslizamiento.
Dramón épico (700 paginitas de nada), con aliento de
héroes homéricos luchando contra dioses caprichosos, cumple con los requisitos
para constituir eso que todo norteamericano que coge la pluma desea escribir,
“la gran novela americana”.
La recomiendo para amantes de las epopeyas del XIX pero
con escritura del XX, para corazones aventureros, para los curiosos del estilo
de vida pionero y de esas increíbles mujeres victorianas que construyeron los
Estados Unidos, para los fascinados con paisajes agrestes dentro y fuera de
casa.