domingo, 19 de agosto de 2018

EL DOMINGO DE LAS MADRES. Graham Swift


Me ponen nerviosa las novelas del “sí pero no, sino todo lo contrario”. No por lo que tengan de experimental, que me atrae siempre, sino porque al final de su lectura me queda una sensación de haber sido engañada por un mago de feria: mucho polvo mágico pero el conejo es el mismo de siempre.

Y es justo lo que me ha sucedido con esta nouvelle de Swift, un autor que desconocía, pero que venía avalado como el compañero más audaz de esa generación de olímpicos encabezada por Martin Amis e Ian McEwan.
En ello no mentían, pues quien espere de El domingo de las madres una novela al uso se dará de bruces con una estructura narrativa atípica, plagada de elipsis que conviven con la misma imagen repetida desde distintos ángulos, al modo de Expiación de McEwan.

Cuenta la historia de amor clandestino y, por ese motivo, tan legítimo como usual, entre el joven y rebelde aristócrata inglés y la criada huérfana con ambiciones. Lo que en principio aparece como la enésima crítica social hacia esa aristocracia británica  con más conciencia de clase que Lenin, que continúa aferrada a sus atávicas costumbres a pesar de haber venido muy a menos tras la II Guerra Mundial, se desvelará muy pronto al lector como una mera excusa para que el autor vierta en nosotros sus ideas sobre el arte de escribir, en forma de recuerdos de la nonagenaria criada: qué escribir, qué personajes vampirizar, camuflar, escoger para el propósito de la obra, vista como una expiación de las aflicciones del que escribe. Reflexiones y conclusiones interesantes, compartibles o no, que obligan a frenar la lectura y a hacerse preguntas, ejercicio siempre estimulante y de agradecer para todo aquel que sufra la enfermedad del papel escrito. Dice Swift:

          “¿Qué era exactamente, entonces, lo de contar la verdad? ¡Los lectores quieren siempre que hasta la explicación se explique! Y cualquier escritor que se precie los engatusará, los azuzará, se los llevará al huerto. ¿No era lo bastante obvio? Se trataba de ser fiel a la verdadera materia de la vida, se trataba de intentar capturar, aunque jamás se logre, la percepción misma de estar vivo. Se trataba de encontrar una lengua. Y se trataba de ser fiel al hecho-una cosa se seguía de la otra- de que en la vida hay muchas cosas que no pueden explicarse”

Los personajes, apenas esbozados, carecen de personalidades atractivas, dejando sólo entrever el autor el sufrimiento interior tras el velo de la rutina.

Desde mi visión personal e incluso desde la relectura de algunos pasajes, creo que la idea de usar este marco de nobleza rural castigada y estos personajes para exponer sus concepciones acerca del arte de escribir no está bien conseguida: por lo previsible del argumento por un lado, y por el endeble hilo que lo une al objetivo final. Eso sí, si quería dejar a cuadros al lector, lo ha conseguido. Porque facultades para dominar la lengua, le sobran a Swift, tantas, que aunque no me haya entusiasmado esta lectura, volveré a probar por ver si me termina de convencer o lo pongo definitivamente en el cajón de las decepciones a contracorriente de la crítica especializada.

Como dice el autor, en vosotros está la decisión de leerlo o no, depende de vuestra curiosidad lectora.

lunes, 16 de julio de 2018

TODO LO QUE HAY. James Salter

Un mosaico romano, celebrando tesela a tesela las estaciones coloridas del año; la alegría de la vida, su discurrir. Un cuadro sin luz de Brueghel el viejo, su multitud de personajes vivos y muertos. Mezcla estas dos visiones y te sale esta novela.
Comienza en la guerra del Pacífico, las batallas por las islas, camino de Japón. Recuerdo La delgada línea roja, esa película. La incertidumbre por la propia reacción ante el primer combate, el miedo a morir, comprobar que la muerte es cierta, tenemos veinte años.
Tras la guerra ganada, la vida corriente. Desde los años cuarenta hasta los ochenta. Las aspiraciones laborales, sociales, amorosas; incertidumbre y miedo ma non troppo. Ya no tenemos veinte años.
Muchos personajes, neoyorkinos y virginianos, principalmente. El contraste entre los modernos de Nueva York, del mundo de la edición de libros, principalmente, y los ricos de Virginia, esa nobleza un tanto hortera y tradicionalista. Algunas figuras tienen sólo unos párrafos, que bastan para retratar tipos creíbles y variados.
Hay escenas inglesas, francesas, italianas y españolas; Madrid, Toledo, Sevilla, Antonio Machado, Lorca.
Muy bien escrita. Ejemplo de ingenio imaginativo sin rebuscamientos: "El venía de ese mundo y lo había dejado atrás, pero continuaba existiendo como la marca que queda sobre el papel cuando se escribe en la hoja de encima." Como posibles pegas, allá cada lector, mucho sexo explícito; un final nada rotundo, que podría haberse producido cinuenta páginas antes o después. Muy muy recomendable, en todo caso. Es de 2013. La edición e book tiene 384 páginas.
 Este comentario se debe a Luis Miguel Sotillo Castro, segundo de a bordo.

miércoles, 27 de junio de 2018

MUJERES EXCELENTES. Barbara Pym



Hay países cuya literatura tiene una seña de identidad tan marcada que deviene en género propio. Así, si en Francia es la crítica a la familia burguesa, o en EEUU es la búsqueda de la gran novela americana, en Gran Bretaña es el costumbrismo de solteros, sea rural o urbano, elevado a la categoría de pregunta parlamentaria, casi.
Género cultivado por la mayoría de las autoras británicas, miss Pym no será la excepción que reniegue de su deuda con Jane Austen, pues Mujeres excelentes es una vuelta de tuerca a la Emma austeniana pero desde un enfoque devoto-feminista que puede resultar cuando menos, desconcertante.
Mildred es una treintañera soltera (que en los años 50 en los que se publica la novela es decir solterona con mal pronóstico), hija de pastor anglicano, que lleva una tranquila pero atareada vida vinculada a su vicaría en un mediocre barrio londinense. Sus días pasan entre bazares benéficos, atención a señoras mayores solitarias y animadas charlas con el pastor Malory y su entregada hermana hasta que el dispar matrimonio Napier se instala en el piso de abajo. El hecho de tener que compartir baño y de que Mildred es incapaz de negar una taza de té hacen que se vea involucrada sin saber cómo en el complicado mundo de las relaciones de pareja, algo hasta ahora desconocido para ella.
Estamos ante la típica novela en la que los sucesos son tan acostumbrados que corremos el peligro de no ver lo que hay detrás. De hecho, tarda tanto en arrancar la acción que estuve a punto de abandonar. Hay que darle las 100 páginas de rigor para que empiece a atraparte (al menos a mí), pero una vez pasado el Ecuador, la lectura y los personajes fluyen y evolucionan para mostrarnos un relato que critica el papel de la mujer únicamente como esposa o soporte de la carrera del marido, que no se escandaliza ante las relaciones extramatrimoniales y que muestra el peor lado anglicano y su perversa visión del católico.
Bien escrita y elegante en sus personajes, he de decir que me esperaba más, habida cuenta del tremendo ruido que había hecho en las redes sociales, algo así como el fenómeno Flora Poste que tampoco era para tirar cohetes. Veo buen gusto e inteligencia en la autora pero no me ha emocionado. Es tan irreal su protagonista, y no hay ni una pizca de humor o drama en la narración. Quizás sea la novela en cuestión y su manoseada trama. Aun así, puede que le de otra oportunidad a la autora en un futuro lejano.
Pero la recomiendo para los que gustan del costumbrismo british.





lunes, 5 de febrero de 2018

EL CLUB DE LOS OPTIMISTAS INCORREGIBLES. Jean-Michel Guenassia


De esos libros que no quieres que se acabe.
Con estas palabras sobraría el resto de la reseña. Pero la novela merece crítica laudable y lectura apasionada sin temor a sus 656 páginas de las que, creo, sobran unas cuantas.
El Club es novela de iniciación, la del joven Michel Marini, lector voraz y caminante, cuyos padres, demasiado preocupados por el éxito profesional y la educación académica, carecen de tiempo y paciencia para escuchar la personalidad que va aflorando, desorientada, en su hijo adolescente.
Es la crónica del exilio que huyó del Telón de Acero para afincarse en un bistró de París donde se brinda a la rusa con vino francés por la libertad y se exalta la Vida como único bálsamo capaz de acallar el dolor de la existencia que quedó atrás.
Es el diario de una adopción, la de estos huérfanos de patria hacia Michel, huérfano de hogar, mientras, avanzando peón y defendiendo reina, se desvelan sus conmovedoras historias entre el humo de un Gitanes.
 Como telón de fondo, el anticolonialismo surgente ante la guerra de Argelia, las huidas desesperadas por las purgas stalinistas, el repudio de los comunistas occidentales a los fugados de los paraísos obreros, el racismo hacia los “pied-noirs” argelinos que se refugian en Francia; o las semillas del Mayo del 68 que plantan con tinta Sartre y Joseph Kessel en el reservado del bistró.
 Y París, siempre París. El París de barrio burgués acogedor de inmigrantes donde todo el mundo se conoce; el de la Sorbona, inquieto, descontento y contestatario; el de los cafés de St. Germain donde se hablaba de cambiar el mundo…
He disfrutado muchísimo con esta novela escrita con gran sensibilidad y empatizado con unos personajes dibujados desde los sentimientos y las emociones, incluso con los más incómodos. Mérito del autor, así como el nostálgico (y muy querido también para mi) escenario del Montparnasse de principios de los 60 donde vivió Guenassia.
De todo ese volumen de páginas que no pesan destacaría los rápidos y elocuentes diálogos que muestran el contraste entre la esencia francesa y el carácter eslavo. Y ese “liceo” alternativo del bistró Balto donde Michel aprende la vida de manos de “maestros” expertos en golpes, supervivencia y perdón.
La recomiendo vivamente para los amantes de París,  para los curiosos de la historia reciente francesa, para los que han sentido alguna vez el exilio aunque fuera en su propia casa, para los que aún recuerdan lo que suponía tener 12 años y que la vida te diera todos los días un vuelco.

domingo, 3 de diciembre de 2017

ÁNGULO DE REPOSO. Wallace Stegner.

Cerrando el libro y aún sacudiéndome el polvo del desierto de Idaho, me lanzo en tren transcontinental a comentar esta titánica epopeya (como no podía ser de otro modo tratándose de un premio Pulitzer) basada en la vida de la escritora e ilustradora Mary Hallock Foote, cuyos relatos y dibujos constituyen el rico diario de aquellos aguerridos pioneros que se lanzaron a la conquista del Oeste en pos de un Eldorado minero a finales del s. XIX.

Stegner se encarna en la figura de Lyman Ward, un profesor de Historia inválido y solitario, que intenta volver a dar sentido a su dolorosa y limitada existencia reconstruyendo la azarosa vida de sus antepasados a través de la extensa correspondencia que mantuvo su abuela Susan (Mary Hallock) con sus amigos del añorado Este, ese que abandonó para ser la esposa de un constructor de minas que la hizo vagar por  desiertos buscando la tierra y la veta prometida.

Se articula así la novela sobre dos historias paralelas, una remota y otra contemporánea al movimiento hippy californiano cuyo hilo conductor comenzaría por los lazos de sangre pero conforme va avanzando la historia serán la redención, los caracteres indómitos y el eterno amor por la tierra quienes conecten ambas generaciones.

Desde el primer momento te quedas enganchado a los avatares de la dispar pareja: ella, una damita cultivada y mundana, más victoriana que el miriñaque de la propia reina Victoria, convencida de que puede trasladar su refinado universo al salvaje Oeste, y tan tenaz como para recrear un elegante salón neoyorkino poblado de poetas y políticos en un mísero cuartucho de un astroso poblado minero.
Él, de carácter noble y taciturno, necesitado de espacios abiertos donde demostrar una valía constantemente puesta en entredicho por el talento de su esposa.
Cómo el autor consigue en su minuciosa narración describir la aventura del matrimonio en paralelo a la de un paisaje ingobernable, deidad omnipotente que esculpe caracteres, levanta hogares al borde de precipicios existenciales, anega de fracasos los campos de sueños y se erige por derecho propio en personaje decisivo, es digno de ser leído.

Sobrecogen la riqueza de las descripciones y las pasiones, tanto en la aridez de Arizona como en la mansión de Lyman, de estos seres sobrepasados por las circunstancias pero que no se dejan someter por ellas.
Hay momentos en los que el libro se vuelve árido, pesado como el entorno, pero la habilidad de Stegner para retratar la psicología de cada uno de sus personajes a partir de las planchas que dejó la ilustradora, consigue, sin que te des cuenta, que te hayan traspasado y que no puedas abandonarlos a su suerte cerrando el libro.

Como curiosidad comentar que los herederos de Mary Hallock se querellaron contra Stegner por haberse tomado demasiadas libertades a la hora de interpretar sus cartas en sentido amoroso (es que hay que novelar, se defendió) así como la grandeza de la metáfora física del título, pues un ángulo de reposo hace referencia a la pendiente máxima de un terreno sin que se produzca un deslizamiento.

Dramón épico (700 paginitas de nada), con aliento de héroes homéricos luchando contra dioses caprichosos, cumple con los requisitos para constituir eso que todo norteamericano que coge la pluma desea escribir, “la gran novela americana”.

La recomiendo para amantes de las epopeyas del XIX pero con escritura del XX, para corazones aventureros, para los curiosos del estilo de vida pionero y de esas increíbles mujeres victorianas que construyeron los Estados Unidos, para los fascinados con paisajes agrestes dentro y fuera de casa.









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