viernes, 11 de diciembre de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS. Juanjo Ávila García

 La abolición de las obligaciones. ¿Quién no ha soñado con ello? ¡Me gustaría ser monje en convento, fuera los problemas de la vida! Los solitarios se alegran de la pandemia en secreto, pues les permite vivir encerrados con un motivo noble, no matar contagiando. Pero si algo tiene la vida es humor negro. Resulta que los monjes sí tienen obligaciones y horarios estrictos, que los solitarios quieren dejar de serlo cuando menos pueden.

Un hombre es isla con un continente humano enfrente. Según la marea, los vientos, la Luna de fuerzas incomprensibles, puede comunicarse o no. El malvado Sartre, típico intelectual enemigo de la libertad en nombre de la libertad, tiene una frase apreciable: El infierno son los otros.

  Nuestro protagonista, Juanjo, que al leer ese “nuestro” daría un respingo, tiene aspiraciones de escritor y amante. La revelación de que conseguir ambas cosas depende de la pelea interior le desasosiega. ¿Cómo van a quererme si mi lucha interna no cesa? Arrojado, porque comunicarse es arrojarse con paracaídas sin seguro, se relaciona.

Vive en una Granada clausurada por el virus
, como una alcoba pequeña con sábanas fantasmales tapando los muebles añejos y bellos. La madre, las mujeres (que para los varones nada tienen que ver), un amigo enloquecido, otro fiel, un psiquiatra obcecado, símbolo de la corrección mental, policías como meros instrumentos de los mandamases, un tipo angelical y otro luciferino, son los personajes temidos, amados, inexcusables de este relato de un hombre que escribe un diario.

  ¿Cómo está escrito? Muy bien. Salpicado de definiciones, metáforas, comparaciones de la Muerte. Una paloma lleva en el pico el séptimo sello. Ávila García siempre me ha parecido un Valdés Leal de la escritura, barroco y febril, pero sin más virus aparente que el amor por las palabras. Eso no es renunciar a la vida, al contrario, es valorarla por frágil. Transmite verosimilitud  y vitalidad. Con sus citas cinéfilas nos recuerda que ver cine es vivir, como leer, escuchar música, como todo lo que nos mantenga curiosos.

Lean este libro si creen que la bonhomía y la cultura son nuestra tabla de salvación, con pandemia y sin ella.

Edita Adarve, octubre de 2020, 307 páginas estupendas.

Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.

viernes, 4 de diciembre de 2020

COMO POLVO EN EL VIENTO. Leonardo Padura

 

Leonardo Padura nació en La Habana en 1955. Vive allí. Es autor de nueve novelas policiacas breves, protagonizadas por el policía habanero Mario Conde. También de “El hombre que amaba a los perros”, sobre Trotsky y su asesino, Ramón Mercader; novela extensa y meritoria, como esta “Polvo en el viento”.

  El amor es incierto y doliente, la amistad segura y consoladora. Así piensa Padura, viendo los clanes de amigos en sus novelas con el policía Mario Conde y en esta.

El título se refiere a la canción de Kansas “Dust in the wind”, melancólica y vidente. El libro trata de la amistad entre los habaneros Darío y Clara, Irving y Joel, Bernardo y Elisa, Fabio y Liuba, Horacio y Guesty, Walter; treintañeros en 1990. La acción corre hasta 2016, va y viene con saltos en el tiempo bien trabajados, no provocan confusión ni rompen el ritmo narrativo.

  La Habana, Miami, Madrid, Barcelona, Florencia, Puerto Rico, el fin del mundo cerca de Seattle son los escenarios para los personajes del drama cubano, que no pueden parar quietos a la vez que están presos. Ni permanecer en la isla prisión ni escapar de ella, nada garantiza la felicidad.

 Es curioso ver a qué comportamientos lleva el desarraigo. Un cubano en Barcelona que se hace independentista catalán, buscando calor de pertenencia grupal; otro en Madrid que se cita cada domingo con el Ángel caído del Retiro; una que se acoge a sagrado en una montaña de Washington. Partimos de viaje buscando amarras y norays antes o después.

 Padura se niega a hacer un alegato contra la tiranía cubana, aunque la  mera descripción de la sociedad es suficiente para ver el fracaso del régimen. 1989 marca el inicio de los peores tiempos, al perder el sistema el apoyo soviético. La mala dirección de los asuntos públicos parece obedecer a la fatalidad, más que a los errores e insuficiencias de la cúpula fidelista.

  Conocemos también a Ramsés, Marcos, salidos de la isla pronto, Adela, gestada en Cuba y nacida en Estados Unidos, de la generación siguiente; más desengañados, menos politizados que sus mayores, sin los problemas de estos con el alcohol, la homosexualidad humillada, la escasez de casi todo.

¿Qué más? Mucho, por eso recomiendo esta novela. Padura emplea 650 páginas para que cada uno de tantos personajes tenga entidad propia, interés. Lo consigue. Quien no padezca el rechazo a los libros extensos disfrutará. Vale la pena.

Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.

 

 

 

 

 

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