De esos libros
que no quieres que se acabe.
Con estas
palabras sobraría el resto de la reseña. Pero la novela merece crítica laudable
y lectura apasionada sin temor a sus 656 páginas de las que, creo, sobran unas
cuantas.
El Club es novela
de iniciación, la del joven Michel Marini, lector voraz y caminante, cuyos
padres, demasiado preocupados por el éxito profesional y la educación
académica, carecen de tiempo y paciencia para escuchar la personalidad que va
aflorando, desorientada, en su hijo adolescente.
Es la crónica del
exilio que huyó del Telón de Acero para afincarse en un bistró de París donde
se brinda a la rusa con vino francés por la libertad y se exalta la Vida como
único bálsamo capaz de acallar el dolor de la existencia que quedó atrás.
Es el diario de
una adopción, la de estos huérfanos de patria hacia Michel, huérfano de hogar, mientras,
avanzando peón y defendiendo reina, se desvelan sus conmovedoras historias entre
el humo de un Gitanes.
Como telón de fondo, el anticolonialismo
surgente ante la guerra de Argelia, las huidas desesperadas por las purgas
stalinistas, el repudio de los comunistas occidentales a los fugados de los
paraísos obreros, el racismo hacia los “pied-noirs” argelinos que se refugian
en Francia; o las semillas del Mayo del 68 que plantan con tinta Sartre y
Joseph Kessel en el reservado del bistró.
Y París, siempre París. El París de barrio
burgués acogedor de inmigrantes donde todo el mundo se conoce; el de la
Sorbona, inquieto, descontento y contestatario; el de los cafés de St. Germain
donde se hablaba de cambiar el mundo…
He disfrutado
muchísimo con esta novela escrita con gran sensibilidad y empatizado con unos
personajes dibujados desde los sentimientos y las emociones, incluso con los
más incómodos. Mérito del autor, así como el nostálgico (y muy querido también
para mi) escenario del Montparnasse de principios de los 60 donde vivió
Guenassia.
De todo ese
volumen de páginas que no pesan destacaría los rápidos y elocuentes diálogos
que muestran el contraste entre la esencia francesa y el carácter eslavo. Y ese
“liceo” alternativo del bistró Balto donde Michel aprende la vida de manos de
“maestros” expertos en golpes, supervivencia y perdón.
La recomiendo
vivamente para los amantes de París,
para los curiosos de la historia reciente francesa, para los que han
sentido alguna vez el exilio aunque fuera en su propia casa, para los que aún
recuerdan lo que suponía tener 12 años y que la vida te diera todos los días un
vuelco.